Nuestro cerebro, lejos de ser un órgano perfecto, es un kluge, un apaño, o más bien, un conjunto de apaños improvisados por la evolución para resolver diversos problemas de adaptación. En todos los ámbitos de la experiencia humana, la memoria, el lenguaje, el placer o la capacidad de elección, podemos reconocer indicios de una mente construida en gran medida a través de la superposición progresiva de parches sobre estructuras anteriores de la evolución. De ahí la falibilidad del cerebro a pesar, paradójicamente, de su maravillosa capacidad intelectual: podemos resolver problemas de física o de matemáticas de una complejidad inmensa y al mismo tiempo ser incapaces de solucionar de manera lógica un conflicto, recordar dónde hemos dejado las llaves del coche o qué hemos desayunado esta mañana.
Marcus nos ofrece también su propio decálogo de la felicidad, sugerencias para aprender a convivir mejor con los límites de nuestro cerebro: plantear hipótesis alternativas, prever la propia impulsividad, no tomar decisiones cuando estemos cansados, establecer preferencias o procurar ser racionales.