Las historias que no se cuentan caen en el olvido y horadan la memoria. Eso lo sabía bien Heródoto de Halicarnaso, quien hace veinticinco siglos viajó por todo el mundo conocido, indagando, preguntando, observando… y recopiló sus “historias”, es decir, el informe de sus indagaciones, en una obra grandiosa que ha pasado a la posteridad con el desnudo título de Historia.
Este libro propone un fascinante paseo por el mundo antiguo de la mano de Heródoto. El “padre de la historia”, como lo llamó Cicerón, nos cuenta cómo se las ingenió el faraón Psamético para saber quiénes fueron los primeros habitantes del mundo, cómo Creso destruyó un gran imperio, que resultó ser el suyo, o por qué se decía que el rey persa Ciro era hijo de una perra. Gracias a él nos enteramos de que las murallas de Babilonia eran inexpugnables, que la geometría se inventó en Egipto o que el relincho de un caballo entronó al rey Darío. Heródoto nos narra las grandes batallas entre persas y griegos: Maratón, Salamina, Platea…; por él sabemos que el rey Jerjes hizo azotar el mar, que el futuro de occidente se dirimió en las Termópilas y que los temidos Inmortales no eran inmortales. Y muchas, muchas cosas más.
Digámosle, pues, a Heródoto: “Cuéntame una historia”, y vayamos de su mano a recorrer el mundo antiguo, tan lejano y tan cercano, tan viejo y tan nuevo, tan asombroso y tan bello. Después de cada historia intentemos sacar alguna enseñanza de la que es, una vez más en palabras de Cicerón, “magistra vitae”, maestra de la vida.