«¿No está hecha la voz para que la escuche el otro? ¿Y no son las historias las que crean los lazos? ¿Intentar contar lo que el otro no puede ver no es un acto de amor?»
Este es un viaje al interior de la protagonista, que está a la espera de que regrese su amor de un largo viaje al otro lado del océano, y como una Penélope contemporánea teje sus historias y las desteje para recomenzarlas en su cuaderno ideal. La violencia que se vive en México es un telón de fondo, un enano el punto de partida para cuestionar las distintas escalas en la vida diaria, y una golondrina es símbolo constante y cambiante a lo largo de esta novela, que también abre sus páginas a una piñata de Proust, los planetitas a los que viaja un gato mientras duerme y a la canción Wild is the Wind.
No hay nada que no tenga sitio aquí, pues un cuaderno ideal es música de bolsillo, en su infancia sirve de posavasos y en edad madura, para trabar puertas. Un cuaderno ideal en edad reproductiva se abre de páginas incluso un domingo por la madrugada. Un cuaderno ideal también es un teléfono. Permite una metamorfosis griega en medio de una oficina. Un cuaderno ideal no se escribe en tercera persona, ni en primera ni en segunda, se escribe en las tres porque es ideal. Un cuaderno ideal es breve, fragmentario, inconexo, largo o anecdótico. Es lo que tenga que ser.