Las experiencias de una joven en Manhattan en los años cincuenta del pasado siglo.
Mary llegó a Manhattan un buen día, a principios de los años cincuenta del pasado siglo, con ochenta dólares en el bolsillo y una máquina de escribir de la que pensaba sacar buen partido. Ella era hermosa y joven, tan vital como la ciudad que poco a poco descubrió, acoplándose al ritmo de sus calles, a la altura de sus rascacielos, a ese ir y venir sin tregua de gente con ganas de comerse el tiempo a cachos.
Las casas del Village donde Mary vivió, los despachos donde trabajó como editora, los libros y la música que la acompañaban conforman un espléndido retrato de Manhattan, un lugar donde todo, o casi, parecía posible, incluso la felicidad.
«Para mí Nueva York era una colmena. No podías limitarte a vivir allí. Tenías que ser alguien, hacer algo, lo que fuera... La mejor manera de conocer Nueva York, de aprender a amarla, era dejar que te agotara.»
Mary Cantwell