Raymond Carver alcanzó el éxito gracias a un puñado de volúmenes de relatos publicados en los últimos doce años de su vida. Su carrera fue breve debido a su temprana muerte. Sin embargo, su obra posee una intensidad sin parangón y ha dejado una huella indeleble; su influencia se ha extendido por todo el mundo. Fue, junto con Richard Ford y Tobias Wolff, el máximo exponente de lo que se bautizó como «realismo sucio». En sus cuentos, lacónicos, precisos, de una contenida intensidad emocional, transforma la vida en literatura siguiendo la estela de Hemingway y sobre todo de Chéjov, su gran maestro. De él aprendió a retratar con profunda humanidad a esos seres desamparados y desolados, golpeados por la vida, a los que convierte en héroes cotidianos: parejas al borde de la disolución, hijos que tratan de comunicarse con sus padres, alcohólicos en busca de una segunda oportunidad, parados, gente corriente de la América más profunda y real. Sus cuentos forman una elusiva y fragmentaria «gran novela americana». Y es que en Carver está la esencia de la verdadera América –doméstica, desquiciada, perpleja-, y sobre todo la esencia del alma humana retratada a través de una mirada que rechaza cualquier exceso sentimental, pero que, guiada por un depurado estilo, nos hiere directamente en el corazón como sólo es capaz de hacer la gran literatura.