Una obra maestra del gótico moderno. Una historia sobrecogedora sobre siete hermanos cuya madre muere y la entierran en el jardín para mantener unida a la familia.
En el número 38 de Ipswich Terrace, un reloj de bolsillo cae marcando las 5:58, hora exacta de la muerte de Madre, momento en que los siete hermanos Hook se convierten en huérfanos. Sin más familia a la que acudir, sin amigos, los niños Hook deciden enterrar el cuerpo de su madre en el jardín y llevar una vida en apariencia normal: van a clase, hacen la compra, cobran los cheques del banco y, por supuesto, rezan a Madre cada noche a las nueve. Pero esta rutina se ve alterada con la llegada a sus vidas de un extraño que dice ser su padre. ¿Es de verdad este hombre el padre de los siete huérfanos? Y, de ser así…, ¿qué otros secretos les ocultaría Madre? Cada noche a las nueve es una joya de la literatura de suspense que da una vuelta de tuerca al clásico gótico familiar, combinándolo con un hálito de drama visceral que emocionó a toda una generación de lectores.
Una obra fundamental de la literatura gótica contemporánea, que orbita entre el fervor religioso y la idolatría asesina de El señor de las moscas y el thriller asfixiante de La semilla del diablo.
CRÍTICA
«El libro por el que Julian Gloag se labró la reputación de maestro de lo macabro.» —John Gross, The New York Times
«Con ecos a la obra maestra de William Golding, El señor de las moscas, esta novela estalla en alturas insospechadas» —London Magazine
«Cada noche a las nueve me cautivó desde la primera página y no pude soltar el libro hasta llegar al final. Una historia penetrante y profundamente conmovedora.» —Stephen Fry
«Una novela que explora la aterradora propensión de la mente infantil hacia un tipo de "religión" particularmente salvaje.» —Dan Sullivan, The New York Times
«Leí este libro con gran placer y profunda admiración.» —Evelyn Waugh
«Gloag tiene una imaginación muy fértil en misterios, que dibujan un mundo espectral.» —Gallimard
«Gloag crea un mundo que, aunque inverosímil, es absolutamente real.» —Edith Milton, The New York Times